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Hospi: cine en tiempo final
Lunes 19 de marzo de 2012

Hospi: cine en tiempo final

Dentro de la muestra que ofrece Festival Internacional de Cine de Punta del Este se enmarca, fuera de la competencia oficial, una sección denominada Panorama Iberoamericano. En ella se ubican dos realizaciones uruguayas, por un lado, Amor Robot, dirigida por Nicolás Branca y llevada a cabo por la compañía AutoCine Films, fundada por el propio Branca junto a Martín Barrenechea y Álvaro Buela, proyecto del cual nos ocupamos hace pocos días.

Por otro lado nos encontramos con Hospi, primer largo de Gerardo Castelli, que se exhibirá este domingo 18 a las 17:30 hs en la legendaria Sala Libertador (Av. Gorlero y Calle 26).

Este documental de adentra en un lugar muy particular de un Hospital, se trata de un Centro de cuidados especiales que atiende a pacientes terminales. Esta sección tiene como gran objetivo que los enfermos vivan sus últimos días de la mejor manera posible. Ello implica que en el lugar reine la paz y que sea propicio para el contacto con los familiares, además claro está, de contar con el cuidado de un plantel de médicos y enfermeros especializados. El film retrata con distancia y mucho respeto la atmósfera de un lugar en donde la muerte es una compañera permanente y donde los diálogos resignados entre pacientes, familiares y médicos conviven con silencios que parecen hacer suspender el tiempo.

 

-Hospi se presentó como una realización de la productora Lobo Hombre, ¿es una productora activa, qué proyectos quiere hacer?

-Es una productora que creamos Carolina Campo y yo el año pasado. Estamos empezando a movernos, somos más que nada amigos, que no cuentan con capital, que tenemos un interés común en cierto tipo de cine documental, más tirado a lo experimental, o lo que se llama comúnmente documental de creación y estamos empezando a producir proyectos propios. Hospi es un proyecto que yo dirigía y Carolina producía, ahora estoy produciendo un documental que va a filmar Carolina en la Antártida.

-¿De qué se trata?

-Es sobre la vida en el Instituto Antártico. La vida en la base antártica. La idea es ver cómo funcionan los distintos personajes, el ciclo de vida, la relación con la naturaleza, la lucha por sobrevivir, el hecho de estar aislado en ese desierto de nieve. Todo lo que implica aislarse, salir del entorno urbano y pasartse a ese lugar totalmente desconocido.

-¿Tiene nombre?

-Por el momento se está llamando El hombre congelado. Nos presentamos recién al fondo del ICAU, ya tenemos un premio otorgado para desarrollo del proyecto, ahora buscamos para producción. Nos movemos en pequeños proyectos. Por ejemplo en la producción en la última etapa de Las flores de mi familia (Juan Ignacio Fernández), pero la idea es producir más que nada proyectos de un grupo de amigos.

-¿Por qué hacer Hospi?

-Como muchas cosas surgió de casualidad. Yo doy clases de cine documental en la Universidad ORT y soy el coordinador académico del área audiovisual, y entonces un día vino el director del Hospi – Saunders de la AsociaciónEspañola, buscando a alguien que filme qué pasa ahí adentro. Me reuní con él y me pareció súper interesante el lugar, me pareció que tenía mucha fuerza, que es uno de esos sitios en los que las cosas suceden de una manera completamente distinta a lo que pasa en el mundo. Nosotros estamos acostumbrados a que la medicina lo que busca es curar, que la gente lo que quiere es luchar por vivir, entonces cuando todo eso cambia, porque este es un lugar en el que la medicina no puede curar, sino que solamente se combate el dolor siendo la muerte algo inevitable, y a su vez se trata de enfermos que están muriendo, no tienen ninguna chance de tener una mayor sobrevida. Eso cambia el paradigma total de lo que es la medicina y lo que son los pacientes. Lo afectivo, lo emocional tiene otro valor.

El lugar me impactó mucho. Entonces hicimos una doble película: una institucional y otra una más poética, con una mirada mucho más personal sobre el lugar que era lo que a mí me interesaba. Hospi tiene ese descubrimiento de ese lugar que los cuatro muchachos que fuimos a filmar ahí. Nos costó mucho estar ahí, la muerte es algo diario. Cuando uno ve la película la muerte está presente fuera de campo, hay una energía particular, hay vida en esta película, es una película realista no pesimista.

La premisa era mostrar una etapa final de la vida de las personas que muchas veces se trata de obviar, porque lamentablemente el cine generalmente banaliza la muerte. Gente muere continuamente como algo cotidiano y tribal, y creo que la muerte es una etapa muy delicada y muy personal, entonces la película intenta, con ciertos márgenes porque no es facil filmar a la gente en ese momento, mostrar eso, esa condición de algo personal, de algo íntimo, y al mismo tiempo cómo conviven con un grupo de médicos y enfermeros que están ahí ayudándolos.

-¿Por qué elegiste el punto de vista observacional?

-Lo tenía claro desde que me propuse hacerla. Sentía que cualquier intento de entrevista iba a ser cruel porque hay temas que están ahí presentes de forma obvia, pero a mí me gusta más que estén ahí presentes sobrevolando el momento y no estar preguntándole a alguien qué sentis cuando te vas a morir, o filmar un llanto, o que cuente sobre su vida, o lo que les está pasando. Me parece pornográfico. Es demasiado íntimo y decidí que lo mejor era tomar distancia. La cámara nunca se acerca demasiado a las personas y mostrar las cosas como van sucediendo dejando que la idea de muerte se meta en la película, que la gente vea lo que quiera ver: si quiere ver algo terminal o más al estilo dantiano, o que se trata de un asilo de ancianos. No es la idea hacer una exacerbación del hecho de morir. Y a la vez tenía la influencia de cineastas como Frederick Wiseman, Raymond Depardon que a mí me interesaba mucho porque es gente que admiro y tiene este tipo más observacional, me parecía que era en cierto sentido un homenaje hacia esos cineastas que me han fascinado toda mi vida.

-¿Cómo hacer cine en medio de esa realidad?

-La decisión de la distancia creo que era muy importante, era encontrar el lugar desde dónde mirar. Nos llevó mucho tiempo, fue un proceso muy largo la película. Fuimos durante tres meses sin las cámaras para ver cómo funcionaba y luego tres meses de rodaje. Lo que nos llevó más tiempo fue encontrar la distancia, desde dónde mirar. Creíamos que era necesario tener una cámara fija, por un tema de respeto, de no estar buscando y persiguiendo. Sentarnos, encuadrar y que fluyera, esperar y dejar que las cosas pasen. No nos acercamos a más de 1 metro y medio. No hay una belleza estética en un hospital, entonces buscamos encuadres que fueran funcionales a las cosas que creíamos que eran probables que sucedieran ahí. Es una película, que como toda peli, se terminó construyendo en el montaje, no tenemos personajes, no tenemos historias, la gente aparece y desaparece de la película.

-Algún personaje se repite…

-Hay algún personaje que se repite porque hasta de una forma egoísta uno se encariña más con unas personas que con otras. Generamos mucha relación con los pacientes y si bien a veces lo aconsejables es que la edición la haga otra persona la quise hacer yo por eso, me costaba mucho a veces sacar de la película a personas a las que yo quería mucho y ya había muerto cuando estaba editada.

Repetimos personas también para dar un lapso temporal de que el tiempo va pasando pero no queríamos mostrar a una persona deteriorándose, a pesar de que eso está ahí filmado. Queríamos ver a las personas que están ahí y cómo viven lo que les queda de su vida, las relaciones en ese momento, con los médicos, visitantes, familiares, hay relaciones muy vivas ahí.

 

El equipo de tres cineastas rodó durante tres meses en el Hospi Saunders de La Española

-Hay varias escenas que parecen sin cortes temporales, como que las dejaste enteras en la edición.

-Metí un plano fijo de 8 minutos y medio. Y era bastante más larga esa escena. Carolina, con más tino, la acortó. El tiempo en ese lugar transcurre de una manera distinta. Es tiempo es algo muy cinematográfico, el cine trabaja con el tiempo, me parecía que una forma de respetar el lugar era respetando su tiempo. Allá las cosas pasan de una manera lenta, no hay apuro. Nos pareció que la película necesitaba respirar ese tiempo, entonces los planos intentamos que mostraran las acciones lo más completas posibles, teniendo en cuenta que al ser una película necesitaba cierto ritmo.

Nos pareció muy importante el tiempo como base del relato. No quisimos acortar mediante elipsis que en otro tipo de película sería lo obvio. A mí me importaba el tiempo que el médico le estaba dedicando al familiar del paciente, la conexión que se genera que no siempre sucede, y si ese médico le puede dedicar más de 8 minutos a ese paciente por qué yo no, sentía que había casi una obligación por mi parte.

-¿Realizaste una investigación previamente en el lugar?, ¿tenías un guión armado?

-No, sabía las cosas que quería porque estuvimos esos tres meses yendo todo el equipo, domesticándonos mutuamente, acostumbrarnos nosotros, los médicos y los pacientes. Queríamos ver qué se iba repitiendo. Cuando tuvimos el puzle armado de lo que sucedía y vimos qué filmar. Filmamos más de 60 horas. Nunca tuvimos un guión. La única idea que había era la de un día: que diera la impresión de un día entero ahí adentro, esa fue la única intromisión, lo único que forzamos fue ese día fílmico, que en realidad está compuesto de tres meses.

-Entonces, ¿qué filmar?

-Primero el encuadre y cuando veíamos que venía el paciente, que había una interacción, filmábamos mucho tiempo. Con el tema que se trataba me pareció la forma más honesta en que yo podía hacerlo. Me sentía incapaz de otro tipo de acercamiento porque sentía que estaba violando la privacidad. Nos costó mucho, más de la mitad de los pacientes no nos dejaron filmar, esperábamos tener un grupo de 4 ó 5 y tratamos de acompañarlos la mayor cantidad de tiempo posible sabiendo que a la película la íbamos a encontrar en cuando nos sentáramos a editar. Otra cosa que no quise hacer fue editar mientras filmaba.

La cámara mantuvo una distancia de 1 metroy medio de cada personaje.La distancia como mirada cinematográfica, fue la posición más honesta que encontró el realizador

-No hay final, ¿cómo lo identificaste?

-Nos obligamos a dejar de filmar es como una droga, te da energía filmar y siempre vas a encontrar cosas distintas para filmar. Lo mismo pasa con la edición. Nos costó horrores al terminar el material empezar a editar, me cuestioné mucho si era moral hacer esa película, me sentía un hijo de puta. Sigo sin saber si está bien o no lo que hice. Hablamos con los pacientes y los familiares, pero más allá de hayan aceptado y de que algunos estaban contentos. Yo me tomé 6 meses para empezar a editarlos. Y otros 6 más para armarlo. Solo al final cuando me estaba volviendo loco, y se sumó Carolina.

A medida que iba rodando algún plano que sentía que era parte de una película, me lo anotaba, luego la mayoría de esos planos no los usé, pero estaban. Empecé a armar por trozos: lo que sucedió en la mañana, en la tarde y en la noche. Luego por microgrupos: con esas 20 horas de la mañana tengo que dejar 20 minutos. Finalmente vino Caro que terminó sacando de la película eso que yo no me animaba, sabía que no lo necesitaba la película.

-¿Qué eran esas cosas?

-A veces eran cosas redundantes, mostrar a otro personajes y algunos movimientos de cámara que sólo dejamos uno sobre el final de la película, ¡para que no digan que no movimos la cámara! También había algún intento que no me convencía de algunos momentos que tenían una edición más acelerada. Luego algunos fragmentos un poco explicativos.

En este sistema es muy fácil encajar, porque era de agregar cosas, lo difícil era sacar y que la película se mantuvieron. Yo quería un principio, desarrollo y un final. Y al mismo tiempo que algún día se pudieran exhibir en un cine, sabíamos que si duraba más era imposible algún día exhibirla.

-¿De qué dirías que se trata la película?

-La película no trata de abarcar un tema. Yo creo que la película habla de una relación entre los pacientes, que están conscientemente al borde la muerte, y el cuerpo médico que tiene que cambiar completamente todo lo que aprendió para abocarse a un trabajo que es mucho más cercano al de un psicólogo o de un asistente social, es decir, acompañar. Cómo se relacionan estos dos grupos que están en situaciones extremas, porque la muerte los obliga a estar en una situación extrema y ver cómo se relacionan, cómo conviven con la muerte de una manera también muy natural. También nos pasó a nosotros de acostumbrarnos a que un paciente muera, pasa a ser algo natural, son las reglas del lugar en el que estás trabajando. Cómo se relaciona ese mundo entre los que siguen y entre los que vienen y se van. Tema no, aunque la muerte es un tema que está presente, pero no porque nosotros queramos que la muerte sea un tema, sino porque la muerte está presente en el lugar.

Un año después estuve en ese mismo lugar con un pariente. La muerte ahí se da por hecho, ni se oculta ni se le trata como un miedo, no se habla de muerte en ese lugar.

-Trabajaste con un equipo de cuatro personas: ¿Fue una buena decisión en el momento de filmar, de generar una cercanía con los pacientes ser cuatro?

-Nos lo cuestionamos bastante. Éramos tres por lo general: fotógrafo, sonidista y yo. Aclaro que no usamos luz artificial, hubiéramos destruido el lugar, hubiera sido otra película distinta. Era un equipo reducido, pero dada la película que yo quería, con plano fijo, no era viable hacer cámara en mano, etc…sí, fue una elección, tres personas molestan, pero tratamos de pasar lo más desapercibidos posible. Lo que hubiera ganado en intimidad lo iba a perder en la manera, en la distancia. Hoy lo haría igual. Necesitaba un cámara que me sugiriera, que probara. Si sos solo vos estás más adentro que no era lo que yo quería, creo que el equipo, hizo posible la película. Me ayudó en esa distancia que quería.

-Económicamente, ¿cómo fue posible hacerla?

-Somos amigos, de onda básicamente, la gente del Hospi nos ayudó, pero el costo, el tiempo que le dedicamos hubiera sido imposible, pero no hubo promesas ni nada. Era para todos nuestra primera experiencia, dos eran estudiantes. Vimos a esta película como una posibilidad…Yo no pensé nunca en este proyecto como en una película. La hice para mí. Esto que sucede de que vaya a un festival, que la gente la pueda ver es otra cosa.

-En el Work in Progress se te premió para que hicieras la post-producción en París.

-El Jurado se conmovió en los lugares que yo quería que se conmovieran. Por momentos me pareció increíble. La vieron terminada. La post en París (Sylicone) nos permitió darle a la película algo que no tenía que era una unidad lumínica porque el Hospi son dos casas con distinto tipo de iluminación. Le dio otra profundidad a la película, yo había dejado planos que te podían chocar por la iluminación que quería, no se veía estéticamente tan bien como quisiera, pero a mi me interesaban las acciones. No había manera de filmar de otra manera que no fuera artificial.

-¿Qué querés que piense el espectador?

-No quiero ser petulante, yo sé que es una película muy pequeña, pero si alguien que ve esta película piensa en que la vida es un momento, en lo efímero de todo esto, que la muerte está siempre presente yo me sentiría más que contento. No tiene un mensaje, solo quiere contar. Sé que no es una película fácil de mirar por el tema y por el ritmo que no es el que cinematográficamente estamos acostumbrados a ver.

-¿Qué camino hará la película?

- Ahora se estrena en el Festival de Punta del Este, luego en Cinemateca durante el Festival Internacional y le interesó al Centro Cultural de España. No se me ocurre a quién venderle esta película. No es algo que me preocupe. Hice esta película pensando que no la iba a ver absolutamente nadie.

 

POR MARIAN SOLOMITA CHIARELLI – 16/03/2012

PUBLICADO EN: NOTICIAS.UY